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Resumen de Demanda de salud y oferta de servicios sanitarios

Juan Antonio Gimeno Ullastres, Pedro A. Tamayo Lorenzo, Pedro Juez Martel

  • La demanda de asistencia sanitaria es una demanda derivada porque lo que realmente forma parte de la función de bienestar de cada individuo es el estado de salud, además del nivel de renta y del disfrute de su ocio.

    Una pérdida repentina respecto al stock deseado de salud obliga a una inversión urgente. Pero en términos netos el resultado puede ser incluso negativo si no llega a reponerse el nivel anterior. La depreciación del bien salud aumenta con la edad y disminuye con la atención y cuidados propios.

    El rendimiento de la inversión en salud es mayor cuanto mayor es la valoración de la misma y mayor el salario y la vinculación del mismo y de la promoción al estado saludable. En todos los aspectos influye de forma importante el nivel educativo.

    La demanda de asistencia sanitaria de las personas enfermas es mucho más rígida que la de las personas sanas salvo que el precio resulte prohibitivo en relación con el nivel de renta. En general, la demanda de asistencia sanitaria será probablemente más elástica cuanto menos urgente aparezca para el individuo, cuanto menor sea la renta de éste y cuantos más próximos sean los posibles bienes o servicios sustitutivos.

    La inversión neta en salud y el gasto privado en asistencia sanitaria (existiendo oferta pública general y gratuita) presenta un perfil de bien superior y de lujo. Pero la demanda de asistencia sanitaria para recuperar los niveles perdidos de salud es claramente un bien de primera necesidad, lo que es compatible con los datos macroeconómicos de bien superior.

    Ante la incertidumbre sobre la necesidad futura de asistencia sanitaria y sobre su coste, el aseguramiento permite garantizar las prestaciones a cambio de una prima periódica, fija y segura. El valor medio aplicado es más elevado que el equivalente estadístico porque los asegurados tienen la utilidad marginal decreciente y, normalmente, aversión al riesgo. Pero ese valor medio implica una redistribución de las personas sanas a las que utilizan en mayor medida la atención sanitaria (menor si hay copago) y el problema de un proceso creciente de selección adversa mientras no se corrija la situación de información asimétrica sobre las condiciones de cada asegurado.

    Por causa del aseguramiento las aseguradoras pasan en cierta medida a ser demandantes, probablemente disminuya la inversión neta en salud tanto por la reducción del valor de su rendimiento como por posibles comportamientos más descuidados (moral hazard) y la demanda de asistencia sanitaria es tanto más rígida cuanto menor sea el peso del copago.

    Si bien las fórmulas de copago de los servicios médicos singulares reducen ineficiencias del sistema, una aplicación indiscriminada podría implicar reducciones en la asistencia médica indeseable, bien porque los usuarios no valoran adecuadamente los perjuicios para la salud o la idoneidad de los presuntos sustitutivos, bien porque afectara más a los servicios de las personas con bajos ingresos que a los realmente innecesarios o más superfluos.

    En la relación médico-paciente existe una información asimétrica bilateral porque cada una de las partes debe confiar en la otra que dispone de una parte importante de la información. El paciente delega en el médico las decisiones sobre su propia demanda de servicios sanitarios en una típica relación principal-agente. La oferta y la demanda ya no son independientes y pueden darse conflictos de intereses y/o una demanda inducida por la oferta superior a la óptima.

    Cuando el financiador es externo, el médico tiene algún incentivo para tomar sus decisiones desde la perspectiva de la gratuidad y solicitar más servicios que los óptimos, siempre que los agentes financiadores no pongan límites a esa tendencia.

    En la asistencia sanitaria el médico aparece como la unidad de producción por excelencia, sea como productor directo o como factor de producción en una institución productora. El sistema retributivo supone un juego de incentivos y desincentivos importantes. La fórmula ideal exigiría una combinación de diversos sistemas y alguna forma de corresponsabilidad del profesional médico con los costes generados, de forma que pudieran compensarse las ventajas e inconvenientes de cada propuesta.

    Cuanto más elevado sea el grado de especialización y/o más sofisticados los bienes de capital necesarios para la prestación sanitaria, menos serán los competidores, más elevado el poder monopolístico y más rígida la demanda. La experiencia muestra que la competencia en el sector es escasa e, incluso, que los resultados no siempre coinciden con las predicciones teóricas.

    No es fácil estimar la función de costes de la asistencia sanitaria porque existe una gran dificultad para definir adecuadamente el output y los centros son multiproducto y muy diferentes. Para la mayoría de los autores, el rápido cambio tecnológico en el sector sanitario está provocando un importante incremento de los costes. Toda innovación tecnológica choca con unas barreras que se van superando paulatinamente hasta la incorporación generalizada, quizás excesiva en relación con las mejoras efectivas de la asistencia sanitaria.


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