REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


 

EL SILENCIO: LOS SILENCIOS DE LOS HOMBRES Y EL SILENCIO DE DIOS
 
Carmen Carrión Pujante
(Universidad de Murcia)

 

         El tema del silencio en la obra de Miguel Espinosa, obra en la que la palabra es la verdadera protagonista, siempre me ha parecido muy sugerente y atractivo. Si la palabra resulta esencialmente reveladora, el silencio es no menos significativo, pues también en él se manifiesta el ser.

         Vamos a indagar a propósito de los silencios que encontramos en La fea burguesía, ya sean de una naturaleza u otra, No pretendo hacer ninguna clasificación cerrada, simplemente trazar una línea que nos sirva de referencia.

         En primer lugar hablaremos de los silencios que se relacionan con el ser de los acomodados.

Uno de los silencios más representativos de la clase privilegiada es el que evita la reflexión; el pensamiento razonador traería consigo la percepción de lo efímero de su particular existencia, de la mediocridad y del sin sentido inherentes a su forma de vida, lo que les pondría frente a su auténtico ser y de espaldas al irreal que ellos mismos han creado.

En ocasiones, aunque muy escasas, algún personaje burgués padecerá (y digo “padecerá” con todo su contenido semántico) una visión más profunda de la realidad de la que le es propia, aunque sólo sea por unos instantes, contemplando el tedio que preside su cotidianidad. De esta forma, contamos también con el silencio del integrado que de manera fugaz mira hacia sí y percibe su mediocridad. Es éste, en definitiva, el silencio del burgués que ha entrado ya en una fase de decadencia y que intuye que otros, los que conforman las nuevas generaciones de pretenciosos, le desplazarán con el objetivo de ocupar el lugar que él tiene en la estructura del Estado. De ahí que la melancolía del pasado comparezca en la vida del maduro burgués al añorar un tiempo en el que estaba lleno de ambición y posibilidades. Este es el silencio que caracteriza la etapa de declive de un personaje como Castillejo. El catedrático, que centra nuestra atención en el primer capítulo de “Clase media”, al menos, por unos instantes, reflexionará calladamente a propósito de su existencia y de la de quienes le rodean (en este caso, su mujer, su hija y su futuro yerno); su silencio está colmado de melancolía por el pasado y de una cierta inquietud por lo que de su persona será en el futuro:

En el establecimiento anida una logia de cincuentones, y Castillejo contempla, silencioso, el rebaño...  (p. 13)

Castillejo siguió callando, los ojos puestos en la melancolía.  (p. 30)

 

Pero, a pesar de la profundidad de lo que ha intuido durante esos breves momentos de lucidez, todo será negado por él, porque le resulta excesivamente real. Así, surge otro silencio, el que niega y oculta la verdad. Un ejemplo más del cual podía ser el siguiente fragmento:

Un tal Paravicio había manifestado: “No temo la locura, Castillejo, sino la lucidez; una chispa de lucidez me conduciría al suicidio”. Mas Paravicio no volvió a hablar del problema.  (p. 35)

Cuando un burgués se sitúa ya entre los cuarenta y los cincuenta años de edad, se convierte en un ser receloso de la juventud de los recién advenidos, quizá porque se reconoce en la figura de ellos cuando tenía sus mismos años. Ante semejante hecho, sólo pueden callar:

Cecilia dobló el periódico y preguntó: “¿Qué te parece? ¿Verdad que el muchacho podrá lograr una cátedra?”. (...)

Castillejo calló...  (p. 30)     

 

“Contempla a Berta ¡Qué dispuesta juventud! Y ese Valverde, ¿verdad que resulta gallardo?” –exclamaba Cecilia. Y Castillejo callaba.  (p. 31)

La incapacidad para la reflexión también se evidencia en el silencio, particularmente en el que mantienen los decrépitos burgueses en sus reuniones. Sólo será interrumpido por la enunciación de frases carentes de sentido. En estos actualísimos foros únicamente la trivialidad hace acto de presencia. Pues, como se dice en La fea burguesía...

No charlan ni opinan; se recuestan, como desplomados, sobre los sillones, y, de vez en vez, exhalan frases gratuitas y sin posible réplica.” ¿Por qué no volvemos a Rusia, para comer mantequilla?” –dice uno. Y nadie contesta.  (p. 13)

         En estos seres el hombre se ve reducido a simple corporeidad decadente. Ninguno puede responder a quien nada dice con una palabra vacía de contenido o con la ausencia de la misma.

Pero también existe un silencio que protege a los acomodados de su propia nulidad intelectual y que convierte en chiste los razonamientos y las teorías de los reflexivos acerca de la realidad del ser burgués, que es negada constantemente. Este silencio es también una defensa de su sistema de vida y a toda persona que participe de él y con el que condenan, al mismo tiempo, a quienes no viven según las convenciones sociales establecidas. Estamos ante una estrategia de autodefensa y de censura ajena (me refiero, por supuesto, a censura de los marginados):

Calla, pues, Clotilde, como yo; callamos, y al callar, nos cuidamos dignos y morales, mientras que Lanosa aparece loco.  (p. 132)

Ciertamente es un recurso muy eficaz, pues, gracias a él, el integrado transforma al crítico, llámese Godínez, Lanosa, López Martí, etc., en hombre chiflado. No obstante, el burgués no sólo se valdrá del silencio para hacer aparecer al reflexivo como loco, sino que dará un paso más y también lo hará con el propósito de convertirlo en ser inexistente, dada su insignificancia social.

        Una de las obsesiones del burgués es la de lograr una total desvinculación respecto a la miseria, la enfermedad o la muerte encarnada en los desheredados, a quienes les hace saber que no poseen ningún poder de intervención sobre los hechos y, por consiguiente, sobre la realidad burguesa, que resulta ser la dominante.

El deseo de alejarse definitivamente de Lanosa y de todo lo que él representa es el que lleva a Clotilde a no nombrarlo al regresar a la ciudad en la que su antiguo maestro vivía.

También es terrible el silencio con el que Camilo expresa el profundo desprecio que siente hacia los débiles y hacia las comparecencias que a ellos están vinculadas. Este silencio resulta más severo e hiriente que cualquier palabra ofensiva.

En verdad se ha de temer a los gozantes por lo que dicen, pero, tal vez, en mayor medida por lo que callan. Un silencio así se hace palpable, denso, y enrarece el entorno que rodea a los personajes que son testigos de él y hacia quienes va dirigido.

Llegados a este punto encontramos uno de los silencios más significativos de la obra de Espinosa, el que denomino “silencio de las buenas formas” o “silencio hipócrita”, íntimamente vinculado con la falsedad propia de los actuales.

Los burgueses ocultan tras el velo del silencio lo que realmente piensan o aquellas cuestiones que según la moral de las apariencias no pueden ser abordadas en público, ni siquiera en la intimidad familiar, pero que son trascendentales para quienes las silencian.A continuación paso a leer un fragmento muy ilustrativo respecto a la cuestión:

También Teresa y Cayetana devienen cómplices de un secreto que no formulan: “¿Quién ha matrimoniado más ventajosamente?”. El Gobernador posee Poder, pero Krensler tiene dinero; ellas lo saben, mas no parece bien que una buena familia explicite tales temas, cuestión, por otra parte, principalísima para ambas mujeres. Así que Teresa y Cayetana callan entre ellas mismas, con ellas mismas y ante sus esposos; en resumen: todos callan.  (p. 75)

Ninguna de las dos mujeres puede hablar con la otra de lo más o menos beneficiosos que han resultado sus respectivos matrimonios.

Pero, ¿por qué no? Pues porque se pondría al descubierto el mecanismo interior de un sistema del que son conscientes y que ha sido asumido pero que ha de ser encubierto con el manto de la distinción y de la buena educación.

Hay una serie de cuestiones que, por un falso pudor, todos conocen, pero que nunca son abordadas, ni siquiera dentro del propio matrimonio. Se refieren, sobre todo, a los verdaderos intereses que mueven sus actos.

Un nuevo silencio será el que encontremos en el apartado 8 de “Clase gozante”, que se titula “La mesa”, con él el burgués pretende revestirse de gravedad. Este apartado bien pudiera haber sido el embrión de un posible relato de “Clase media” si tenemos en cuenta las similitudes que mantiene con el resto de los que forman parte de ella. Un tal Ignacio Acuña fue incapaz de estar junto a su madre enferma durante los últimos días de la vida de la mujer; prefirió permanecer al lado de su familia (es decir, su mujer y sus hijos, este es el restringido concepto de familia), cumpliendo su particular calendario de actividades. No obstante, y siguiendo las convenciones sociales que presuponen que un buen hijo ha de mostrarse afectado y triste por la enfermedad de su madre, el burgués, durante la realización de los ritos marcados, recurrió al silencio y adoptó un gesto acorde con él, ofreciendo así la imagen que socialmente es considerada como  correcta para semejantes circunstancias:

 “El rostro de Ignacio, y su silencio, reflejaban dolor junto a nosotros”  –comentó posteriormente Elisa. ... Y precisó: “Ignacio callaba ante los niños, pero su espontaneidad se mostraba preocupada”.  (p. 139)

Ignacio Acuña es hipócrita, su silencio es hipócrita, pura apariencia, mera apostura y no resultado natural de un estado de ánimo melancólico o apesadumbrado causado por la enfermedad de un ser hacia el que debería sentir un profundo afecto (sentimiento que en el caso de Acuña no existe).

La ausencia de palabra, asimismo, evidencia el poder transformador que sobre las personas ejercen el dinero y el prestigio social, en definitiva, del triunfo de la materia sobre el espíritu. De ahí que, también, en el capítulo quinto  de La fea burguesía cuando Clotilde se va aproximando a su esposo al tiempo que se aleja de Lanosa, comparezca el silencio, etapa previa al nacimiento de una palabra trivial que nada dice.

           Ciertamente, el dinero y el poder silencian cualquier reflexión que pudieran hacer quienes los poseen; secuestran la verdad, impidiendo que se manifieste abiertamente. En la conducta de Clotilde se pone en evidencia que no todos los críticos de la opulencia están dotados, en realidad, de una auténtica naturaleza reflexiva, sino que, para alguno de ellos, el censurar a la sociedad constituye sólo una actividad propia de la juventud, a la que se ha de poner fin en aras del ascenso social definitivo.

        Eso es lo que debería toda mujer y todo hombre de provecho.

        Muy interesante resulta, a su vez, el silencio que mantienen entre sí los miembros de la pareja burguesa, un silencio de complicidad y reconocimiento mutuos.

Semejante complicidad no sólo se da en la pareja gozante, sino en el conjunto de los miembros de la clase social a la que pertenecen, cuyos integrantes tendrán conciencia de grupo (en definitiva, conciencia de casta) frente a los marginados. Estamos ante un peculiar “corporativismo” silente.

Aunque la soberbia y la arrogancia propias de los que tienen una seguridad extrema en su presente sean rasgos configuradores de la burguesía, en alguna ocasión seremos testigos de momentos en los que surge en las vidas de los acomodados, por diversas circunstancias, el temor a perder su posición social, sentimiento que, en realidad, es la causa que les mueve en muchas de sus actuaciones y que será expresado a través del silencio.

Se estremecen, por ejemplo, al leer en un diario que un adinerado conocido ha caído en la desgracia de la ruina. Pero acaban por pensar siempre que nunca les pasará a ellos. Necesitan creerlo.

Pero, unido al miedo por una posible pérdida de privilegios, se encuentra la satisfacción por poseerlos en el presente, frente a quienes los han perdido efectivamente o a quienes nunca los han tenido.

También existe el silencio del que busca beneficios, del sumiso, del que inclina su cabeza ante los poderosos.

Tras él se esconde una profunda adhesión a los hechos, en cuyo ámbito se desea entrar y permanecer.

Hasta aquí los silencios de los actuales. Analicemos ahora los silencios relacionados con la marginación.

Comenzaremos por los propios del reflexivo, entre los que contaremos con aquel que favorece el pensamiento, pero que, al mismo tiempo, evidencia la soledad en la que viven tales criaturas:

     –Lanosa, al parecer, vive sub specie aeternitatis, sin duda conversando con el silencio...  (p. 230)

         Éste es precisamente del que huyen los burgueses. Mas hay otro silencio que evidencia reproches, acusaciones y críticas contra lo mundano.

El reflexivo también es descrito en ocasiones como criatura temerosa y resignada que sabe inútil toda réplica a los hechos y que parece tener por destino ser objeto de escarnio. Por eso, Godínez nada añade a las palabras de Camilo.

            Su silencio es el de un hombre absorto ante la profundidad del conocimiento que de la naturaleza burguesa posee Camilo. El vendedor de embutidos hace lo único que puede hacer, a pesar de lo terrible que resultan las palabras de Camilo: guardar silencio y seguir su camino; nada más cabe hacer ante lo real. El abatimiento comparecerá en la vida de quien ha meditado libremente siguiendo los impulsos de su naturaleza.

Dejando a un lado la figura del reflexivo, nos aproximaremos a la de otro ser marginado: el suegro humilde del hombre encumbrado. Es su silencio el de la persona que se cree inferior y un fracasado frente al próspero yerno, y tras el que se ocultan los verdaderos sentimientos que lo motivan: el miedo a que el esposo de la hija le recuerde su insignificancia:

Una vez, según descorchaba cierta botella de vino extranjero, exclamó el empleado: “Estos goces se logran trabajando”. Don Jesús le miró con excusa; Pili se espumó; Engracia sorbió y chasqueó los labios; su marido bebió despacio. “No me complace” –pensó; pero calló y elogió.  (p. 47)

Las relaciones del suegro con el yerno cabría resumirlas en esta palabra: callar.  (p. 156)

El hombre pretende conseguir un cierto distanciamiento respecto al joven acomodado. Pero no sólo será el suegro quien se oculte tras su silencio; también se verá obligado a hacerlo el propio padre del burgués, e incluso sus hermanos, llenos de temor y recelo. En el silencio se ahogará toda protesta, siendo este proceder consecuencia del sentimiento de inferioridad que la familia originaria del integrado posee respecto al miembro que se ha escindido de su seno.

La inseguridad invade a los no gozantes cuando se encuentran en su presencia, especialmente, si se trata de un hijo o de un hermano.

En general, suele ser el miembro encumbrado de la familia quien hace reproches a los componentes de la misma que no lo son. Pero, en ocasiones, será la madre del burgués quien haga tales recriminaciones a su marido, colocándose así al lado del hijo y frente al esposo, bien a causa de la insignificancia social del anciano o de los achaques físicos o psíquicos propios de su avanzada edad. Y dice así en la página 231 de La fea burguesía:

Vive don Fulgencio en esta ciudad, sustentado de su salario de escribiente jubilado y cercado de su mujer, doña Matilde, que suspira y no sosiega, imputando silenciosamente al marido los males que la edad y el decaimiento traen.  (p. 231)

 

            Hablar y callar, palabra y silencio: una dialéctica constante

A la luz de lo expuesto, considero que la dialéctica “hablar-callar” vertebra toda la obra de Miguel Espinosa, muy especialmente, su segunda parte. Mas, ¿cuál es la causa por la que dicha dialéctica preside La fea burguesía? Resulta terrible, pero la verdad es que, en realidad, los desheredados no pueden más que hablar y callar ante la sociedad que los margina. Por eso son caracterizados como seres impotentes, que nada más pueden hacer contra la actualidad y su imperio. No obstante, los marginados reflexivos contarán además con la palabra escrita, instrumento que les ayudará también a distanciarse de su objeto de análisis (la actualidad misma), evitando una posible seducción por su parte. Mas no por ello dejará la tristeza de apoderarse de quien medita libremente, de quien contempla con impotencia cómo el ideal no podrá realizarse en el ámbito de lo real, tendrá que existir como idea y ello no sin fortuna. Frente a los no integrados, que habitan en semejante callejón sin salida, se presentan los burgueses, que no sólo pueden hablar o callar, sino que, además, tienen en su mano los hechos y, por lo tanto, el mundo. Por eso, el entorno existencial de los primeros es comparable a un pequeño espacio cerrado, mientras que el de los segundos se asemeja a uno de dimensiones incalculables, al menos en apariencia y desde un punto de vista gozante, tengamos esto muy presente.

Asimismo, es necesario insistir en que la palabra y el silencio de los burgueses no son idénticos a los de los marginados. La palabra del integrado es pura trivialidad y su silencio manifestación de la maldad y de la ausencia de pensamiento que le caracteriza. Por el contrario, la palabra de los marginados reflexivos es expresión de una interioridad que razona y teoriza a propósito del mundo, al igual que su propio silencio, que, además, implica una aceptación profunda de la realidad, de lo que existe.

       Y ya, para concluir con este primer acercamiento al tema que nos ocupa, quisiera ocuparme del silencio que yo, personalmente, considero el más importante de la obra, aquel que da título al apartado con el que se cierra “Clase gozante” y toda La fea burguesía. Es necesario dejar aquí constancia de la gran significación de la que fue dotado por Miguel Espinosa. Admito también que la mía es una más de las interpretaciones que se le pueden dar a ese apartado. “El silencio” da sentido al conjunto de la obra y no sólo a su segunda parte (en la cual se integra), por lo que debemos situarlo más allá de “Clase gozante” e, incluso, de La fea burguesía, ya que trasciende lo narrado en sus páginas, superando la particularidad de sus personajes.

Ya en el título del último apartado de “Clase gozante” se percibe la voluntad del autor de hacer en él algo distinto a lo que hiciera en los que le precedieron. También los elementos que integran el apartado y la nueva perspectiva desde la que se narra contribuyen a que se de en las páginas que lo componen esa “vuelta de tuerca” deseada por Miguel Espinosa respecto al conjunto de la obra. En “El silencio” la voz de Godínez ha desaparecido.

Según mi propio criterio y en contra del que tienen algunos críticos como José Ignacio Moraza, llego a la conclusión de que en “El silencio” nos encontramos con un narrador que supera toda concreción y que observa el mundo desde el punto de vista de la ultimidad. El hecho de que el apartado final se integre como uno más en el conjunto de “Clase gozante” no implica necesariamente que posea la misma voz narrativa que la del resto de ellos.

El último apartado de “Camilo y Clotilde” lo integran una parábola y una composición poética. La primera nos hace contemplar “Clase gozante” como la historia de una tentación, la que padece el hombre reflexivo por parte del gozante (representados uno y otro respectivamente por Godínez y Camilo). Este último será quien rete al inactual a demostrar su poder integrándose en el mundo y participando en sus ritos, tentación que vencerá el representante de chacinería mediante la escritura, gracias a la cual logra distanciarse del tentador y de la tentación misma. También Lanosa fue tentado por Camilo. Pero la parábola no implica solamente a Godínez, a Lanosa y a Camilo, sino al propio Miguel Espinosa y a todos los innominados hombres reflexivos reales que han existido a lo largo del tiempo en una o en otra época; “El silencio” trasciende los límites de La fea burguesía y de la particularidad de su propio creador. La composición en prosa objetiviza como texto los apartados anteriores de “Clase gozante”, texto al que convierte en objeto de referencia, señalando sus límites y situándose fuera de los mismos. Mas, a su vez, la composición está esencialmente unida a ese texto (valga la paradoja), pues “dice” de él al tiempo que revela su sentido último.

Las vivencias relatadas en La fea burguesía han sido objetivadas e interiorizadas por el autor después de haber sido experimentadas por él,  incorporándolas a sí mismo no como parcelas de lo concreto, sino como comparecencias de lo universal.  El escritor percibe que tales vivencias han sido transformadas por él a través del propio acto de someterlas a análisis y redactarlas; ya no son las mismas que en un primer momento viviese, pasando de ser manifestación de lo particular a esencia de lo real. Se produce, por lo tanto, una nueva paradoja, aquella que une un punto de vista distanciado respecto al objeto de estudio con una perspectiva próxima y una actitud comprometida, ya que se penetra en su esencia y se narra desde su propia interioridad. En “El silencio” el autor parece estar ausente a la vez que hondamente implicado. A pesar de ello, tiene lugar un paradójico desprendimiento de la individualidad, que marca el camino hacia lo universal.

           Pero, ¿por qué en “El silencio” aparece primeramente la parábola y después los versos, y no ocurre a la inversa?, ¿es relevante la ordenación en la que se presentan dichas composiciones? Tanto en una como en otra se busca la esencia que subyace tras lo particular. No obstante, la parcela de realidad de la que se da cuenta en la primera es menor que la de la segunda, pues mientras que la parábola da sentido a “Clase gozante” e, incluso, a “Clase media”, la poesía se refiere al mundo y a su misterio, a la existencia, otorgando sentido también a la propia parábola. De manera que ésta, la parábola, se integra dentro de la composición poética, adquiriendo entonces plena significación. Así, el autor irá de una menor a una mayor universalidad, abstracción y distanciamiento, lo que hará que la perspectiva desde la que se narra se aleje cada vez más del objeto de análisis del escritor al mismo tiempo que éste se compromete más con él. Por consiguiente, Miguel Espinosa levanta el vuelo definitivamente y adopta un punto de vista más próximo al de Tríbada. Es decir, que ya en La fea burguesía, y como colofón a los relatos que la componen, el autor se sitúa en la perspectiva de la ultimidad.

A la luz del silencio final, contemplamos “Clase gozante” como la narración de un sobrecogimiento profundo pero efímero del mundo//. Resulta verdaderamente terrible que las palabras de Camilo no alteren el diario transcurrir de la cotidianidad. Nos vemos en la necesidad, por ello, de relacionar directamente el apartado último con el primero de “Clase gozante”, (me refiero al titulado “La resurrección”; recordar brevemente este episodio a los asistentes). Ciertamente, ¿qué puede hacer uno después de tan extraordinario suceso como el vivido por Godínez, sino volver a la normalidad, consciente de que nada logrará igualar lo sucedido y de que nada es posible hacer para transformar o destruir lo ya existente? Sólo callar, hablar y escribir; nada más. Godínez y el propio Miguel Espinosa, de manera semejante al evangelista San Juan, dan testimonio de la verdad a través de la palabra, ya que otra cosa no cabe hacer, al tiempo que conjuran los peligros de lo mundano. Tras el proceder de los reflexivos se esconde una profunda aceptación de lo que ya está en el mundo, aceptación que no podemos considerar exenta de un cierto pesimismo vital o de realismo, dependiendo de la perspectiva que adoptemos.

Si queremos comprender plenamente el sentido de “El silencio” hemos de tener presente el concepto de misterio al que hace alusión Juan Espinosa en su libro Miguel Espinosa, mi padre y cuya trascendencia él ha destacado con el deseo de hacer posible un conocimiento profundo de las obras de su padre. Tras la lectura de los versos que se contienen en el último apartado de “Clase gozante” la maldad de Camilo, y en general la de la sociedad a la que el diplomático representa, aparece al fondo, como parte del misterio del mundo y de la existencia. “El silencio” da cuenta de ese misterio en el que se integra la propia iniquidad de la sociedad burguesa y desde el que debemos contemplarla. Los sucesos narrados en “Camilo y Clotilde”, la figura del tentado, la del tentador y la propia tentación y su perversidad son parte de dicho misterio y como tal hemos de asumirlos.

La perspectiva, en consecuencia, desde la que se contempla el mundo y su transcurrir, sobre todo a la luz de la composición poética, es menos beligerante, más conciliadora y de mayor conformidad con lo existente que la aportada por los propios personajes.

Desde esta interpretación del último apartado eliminamos toda posibilidad de considerar La fea burguesía como obra maniqueísta, ya que, aunque en principio pudiéramos vernos inclinados a hacerlo, al llegar a su final comprendemos que considerando la noción de misterio ello es imposible. Tanto unos como otros, burgueses y no burgueses, se integran en un todo en el que adquieren pleno sentido. En este último silencio (de manera especial en la imagen del insecto que se posa sobre la flor) se capta el carácter profundamente paradójico del mundo.

           Quedará sorprendido cuando menos todo aquel que se acerque a “El silencio” pretendiendo hallar respuestas para sus preguntas o una interpretación definitiva de los  relatos  precedentes,  ya que, parafraseando a Juan Espinosa, el misterio “deja abiertas todas las cuestiones”. Así, todas las preguntas seguirán abiertas, dando cuenta del misterio, pero sin desentrañarlo, ya que el misterio es por naturaleza indescifrable. (NO ES QUE NO HAYA RESPUESTA, ES QUE EXISTEN INFINITUD DE ELLAS)

Si en “Clase media” y en los 46 primeros apartados de “Clase gozante” hemos encontrado los silencios del hombre, en el último de los apartados de ésta nos encontraremos ante el silencio de Dios, que desde su perspectiva de absoluta ultimidad observa el mundo y su transcurrir.